–Ande, señor gobernador ―dijo otro―; que es el miedo lo que le impide andar. Muévase que ya es tarde y los enemigos aumentan.
Intentó Sancho moverse y se cayó al suelo, quedando como una tortuga encerrada en sus conchas. Pese a todo, los burladores siguieron dando gritos de guerra y pisoteando al pobre gobernador, que si no se hubiera encogido en su armadura lo hubiera pasado mal.
Cuando mayores eran los gritos, se oyó una voz que decía:
–¡Victoria, victoria! ¡Los enemigos se retiran! ¡Levántese, señor gobernador, y venga a gozar del triunfo y a repartir lo que ha dejado el enemigo, y todo por el valor de su invencible brazo!
Ayudaron a Sancho a levantarse, y este dijo:
–Me gustaría saber qué enemigos he vencido yo. Lo que yo quiero es pedir a algún amigo, si es que lo tengo, que me dé un trago de vino, porque tengo sed.
Le trajeron el vino, le quitaron la armadura, se sentó y cayó desmayado. Cuando volvió en sí, comenzó a vestirse en silencio, y una vez vestido se dirigió a donde estaba su asno y después de darle un beso en la frente dijo:
–Venid aquí, compañero y amigo mío, compañero de mis trabajos y miserias. Cuando sólo me preocupaba de vos, dichosos eran mis días; pero desde que os dejé y me subí a las torres de la ambición, todo han sido desgracias y trabajos.
Preparó el asno, se subió en él y dijo a los allí presentes:
–Apartaos, señores, y dejadme volver a mi antigua libertad. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas. Me va mejor podando viñas que dando leyes y defendiendo reinos. Más quiero estar a la sombra de una encina, en libertad, que acostarme sin libertad entre sábanas finas. Vuestras mercedes se queden con Dios y díganle al duque que me voy como entré, sin perder ni ganar. Y ahora apártense que me voy; se me hace tarde.
–Señor gobernador ―dijo el mayordomo―, antes de irse deberá explicar lo que ha hecho en los días de su gobierno, como es costumbre.
–Nadie me lo puede pedir ―dijo Sancho―, si no es el duque, a quien pienso ver para explicarle todo, aunque saliendo desnudo como salgo no serán necesarias las explicaciones para ver que he gobernado bien.
Todos estuvieron de acuerdo y dejaron que se marchara, y se quedaron admirados tanto de sus argumentos como de su firme determinación.
Capítulo XVIII
El extraordinario suceso de la venta
Sancho regresó a castillo de los duques y don Quijote pensó que ya era hora de volver a andar por los caminos, así que despedieron de ellos. Sancho estaba contentísimo sobre su asno, porque el mayordomo del duque le había dado doscientos escudos de oro para los gastos del camino.
Cuando don Quijote se vio el campo, libre, se sintió feliz y dijo:
–La libertad, Sancho, es una de las cosas más preciosas que dio el cielo a los hombres; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra. Por la libertad, así como por la honra, se debe arriesgar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
Al anochecer llegaron a una venta y allí se hospedaron. Se retiraron a su cuarto y, al poco rato, oyó don Quijote decir a través de la pared:
–Mientras nos traen la cena, señor don Jerónimo, léanos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha[199].
Siguió escuchando don Quijote y oyó lo que respondió don Jerónimo:
–¿Para qué, señor don Juan, si el que ha leído la primera parte no puede disfrutar leyendo esta segunda?
–Con todo ―dijo don Juan― será bueno leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí menos me gusta es que presenta a don Quijote desenamorado[200] de Dulcinea del Toboso.
Al oír esto don Quijote, alzó la voz y dijo:
–A quienquiera que diga que don Quijote de la Mancha ha olvidado a Dulcinea del Toboso le haré entender con las armas que no es verdad; porque la sin par Dulcinea no puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido.
–¿Quién es el que nos responde? ―preguntaron del otro cuarto.
–¿Quién ha de ser ―dijo Sancho― sino el mismo don Quijote de la Mancha?
Apenas oyeron el nombre, aparecieron en la puerta dos caballeros y uno de ellos abrazó a don Quijote y le dijo: